El Califa Abderramán III fue uno de los gobernantes más importantes de la historia de la Humanidad.
Fue un hombre de acusados rasgos de personalidad; brillante, astuto, culto, violento, cruel... una combinación de características que hizo de él uno de los hombres más poderosos de la Edad Media occidental.
La infancia de Abd al-Rahman estuvo marcado por la violencia y las intrigas de palacio.
Cuando asumió el cargo de Emir de Córdoba, el Emirato de Al-Andalus era más nominal que real.
Durante los primeros años de su gobierno se dedicó a sofocar todas las rebeldías y a unificar los territorios andalusíes bajo su mando. Quizás sus logros más importantes fueron la sumisión de Toledo y la derrota de Omar al Hafsún, verdadero señor de gran parte de la Andalucía Oriental.
Uno de los rasgos que marcan el emirato de Abderramán III, es la lucha que ha de desplegar en varios frentes:
- Contra Umar Ibn Hafsún y la coalición de muladíes y mozárabes que le siguen.
- Contra los líderes territoriales que se desvinculan de la soberanía ejercida por el Emir de Córdoba.
- Contra los reinos cristianos del Norte.
- Contra los fatimíes del Norte de África.
Estos conflictos se sucederán al menos, hasta la creación del Reino de Granada.
Con buena parte de Al-Andalus sometidos, tras las exitosas y rentables victorias hechas a los cristianos y tras los éxitos cosechados entre 924 y 927 en el Norte de África frente a los fatimíes, Abderramán III y sus colaboradores decidieron dar un paso más, a fin de consolidar su posición. La proclamación como Califa, rompiendo así con el califato abbasida y contrarrestando el califa fatimí con el que pugnaba en el Norte de África.
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